
Jorge Eliécer Amaya dice que “la regla del fuera de juego es la de mayor sutileza del fútbol; con toda seguridad podemos afirmar que, de su existencia y forma, han dependido prácticamente todas las variaciones de la táctica y estrategia del juego”.
La sutileza ha llegado a tal punto, que todas las jornadas vemos cómo se detiene el juego para tirar líneas y hacer mediciones milimétricas, no exentas de polémica; lo que nos está llevando al absurdo, en su acepción más primaria, de hacer algo que no tiene sentido.
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El fútbol fue concebido como un juego de ataque en el que todos los jugadores hacían la guerra por su cuenta para conseguir el gol, objetivo motor del juego. Pronto se empezó a tomar conciencia de que era necesaria alguna regulación para evitar la concentración de delanteros ante la portería contraria.
Con este propósito se adoptó la regla del offside o fuera de juego, fuera de lugar o posición adelantada, que existe desde que se pusieron en vigor las Reglas de Cambridge en 1848, las primeras consensuadas del football association, que así se llamaba el fútbol entonces. Efectivamente, la regla trataba de evitar que los múltiples delanteros se situaran detrás de los pocos defensores y que el juego quedara concentrado en los dos extremos del terreno de juego.
La regla establecía que un jugador estaba en fuera de juego si “se situaba por delante del balón”, esto es entre el balón y la portería contraria. Bastaba con estar más cerca de la línea de gol que el balón para que el jugador estuviera en posición de fuera de juego. En aquel fútbol inicial, como en el rugby, del que nace de una de sus costillas, solo se podía avanzar driblando y pasando hacia atrás. La regla no permitía lanzar el balón hacia delante a un compañero mejor situado.
En las Reglas de Shrewsbury de 1856 se produce una evolución: “Si el balón es pasado a un jugador y viene desde la dirección de su propia portería, este jugador no podrá tocarlo a menos que haya tres jugadores contrarios delante de la portería rival”. Ya no bastaba con que el jugador estuviera más adelantado que el balón.

A partir del 26 de octubre de 1863, en la Freemason’s Tavern de Londres, se citan representantes de once clubes ingleses con el propósito de llevar a cabo la redacción de un reglamento sistematizado del football association, que consiguió diferenciar definitivamente el fútbol del rugby. El 8 de diciembre se llegó a un acuerdo definitivo que establecía 14 reglas, entre ellas la del fuera de juego, que mantenía su definición inicial: “Incurre en fuera de juego aquel jugador atacante que esté más adelantado que el balón en el momento de producirse un pase”.
La regla fue modificada sustancialmente solo tres años después, en 1866. Conocida como la regla de los “tres oponentes”, establecía que un jugador estaba en fuera de juego si “en el momento en el que recibe el balón o este llega a su altura, se encontraba más cerca de la portería contraria que el balón y el antepenúltimo adversario”. Es decir, que un jugador estaba en posición legal si tenía a tres oponentes o más ante sí, incluido el portero.
El juego también evolucionaba y se empezaron a utilizar tácticas y sistemas. Hemos visto que en su origen el ataque era prioritario, en una disposición que ha sido definida como 1-1-8. Pero ya antes de 1870 se refuerza ligeramente la defensa y se ordena la delantera con dos extremos, dos interiores y dos delanteros centro (2-2-6).
En 1882, el equipo de Cambridge retrasa a un delantero centro al medio campo (center half) y así nace la Pirámide, conformada por dos defensas, tres centrocampistas y cinco delanteros (2-3-5), táctica conocida como “El Método”, que se extiende por todo el mundo entre 1890 y 1930. Era un sistema que seguía siendo de neta superioridad atacante, de ahí las abundantes goleadas.

Pero hecha la ley, hecha la trampa. Una tarde primaveral de 1904, el avispado jugador del Newcastle Bill McCracken se dirigió a su compañero en la defensa Frank Hudsperth y le hizo ver que, para que el atacante contrario cayera en fuera de juego bastaba con que sólo se quedara un defensa atrasado. Le haría una señal para ejecutar una maniobra que consistía en dar unos pasos hacia delante antes de que el delantero rival recibiese el balón y así quedaría en fuera de juego. Frank sonrió y comenzó así lo que sería una constante en aquel equipo de los urracas. El truco del jugador de Belfast, lo que hoy conocemos como “tirar el fuera de juego”, resultaba casi infalible y los rivales, en vez de intentar contrarrestar su plan, decidieron imitarlo. Como consecuencia de ello, a partir de 1910, la emoción y los goles fueron decayendo. Pocos años después de la genial idea de McCracken, toda Inglaterra jugaba igual, el aburrimiento era descomunal y los estadios lo notaron.
Las nuevas modificaciones que se hicieron de la regla: un jugador no incurrirá en fuera de juego si se encuentra en su propio campo (1907); el jugador que reciba el balón procedente del pase de un adversario tampoco incurrirá en fuera de juego (1912); no existirá fuera de juego al producirse un saque de banda (1920); no cometerá infracción de fuera de juego un jugador en dicha situación que no tenga intención de intervenir en la jugada, conocido como fuera de juego pasivo (1924), no fueron suficientes para revertir la situación.
El fútbol de ataque entró en crisis por la falta de goles y se determinó oficialmente que la culpa era de la regla del fuera de juego. El descenso de espectadores en los estadios hizo que la International Football Association Board (IFAB), organismo legitimado para variar las reglas del fútbol, se decidiera a tomar cartas en el asunto para acercar más a los jugadores a la portería adversaria, que habían sido alejados con la táctica del fuera de juego, y superar la sequía de goles. Después de un agitado debate, el 5 de abril de 1925 modificó la regla con objeto de favorecer el fútbol ofensivo, de “ampliar los marcadores y hacer un fútbol más atractivo”: “Un jugador está en posición de fuera de juego, si se encuentra más cerca de la línea de meta contraria que el balón y el penúltimo adversario (antes era el antepenúltimo)”. Y afinaba aún más: “Un jugador no está en una posición de fuera de juego si está en su propia mitad del terreno de juego”. Con la nueva regla de los “dos oponentes” se reducía de tres a dos la necesaria presencia de jugadores entre el delantero rival y la portería, incluido el portero.
Pero las tácticas de juego siguieron evolucionando hacia un fútbol más defensivo. En la década de los treinta, el legendario Herbert Chapman y su Arsenal pusieron en práctica un nuevo sistema, con el fin de evitar que la poblada línea de ataque, con cinco delanteros, se impusiera con facilidad a los dos defensas. Chapman, primero decidió sacar de la línea de centrocampistas al medio centro para incrustarlo en el centro de la defensa, lo que implicaba pasar de dos a tres defensas. Poco después, hizo un segundo retoque al retrasar a dos de los cinco delanteros, los interiores, creando una nueva línea intermedia que hacía de nexo entre los centrocampistas y los tres hombres punta. El resultado de esta catarsis, traducido en números, fue un 3-2-2-3, una distribución táctica que, tanto si se mira desde la delantera, como desde la defensa, dibuja sobre la pizarra las dos letras que le dan nombre: WM, conocida también como “El Sistema”. La WM era la solución defensiva a la modificación de la regla del fuera de juego. Tan es así que el propio Chapman lo llamó “safety first”, es decir, seguridad ante todo. Esta táctica no llegó a la Liga española hasta la temporada 1946-47 de la mano de Benito Díaz y la Real Sociedad, identificado, entonces, como “el equipo del cerrojo”, con la que los txuriurdines llegaron a la final de Copa de 1951 ante el Barcelona. La propia Federación Española recomendó a todos los equipos la adopción de la WM, a partir de septiembre de 1948.

Lo que había llegado al fútbol, y además para quedarse, era la corriente defensiva del juego. En los sesenta, se van tomando nuevas precauciones y triunfa el catenaccio. Inspirado en el cerrojo suizo de Karl Rappan, el triestino Nereo Rocco le dio su impronta italiana en el AC Milan, con el cuarto defensor ya innegociable (4-4-2).
Fue Helenio Herrera quien lo elevó a su máxima expresión en el Inter de Milán. De su pizarra salía una orden clara: todo el equipo, desde los defensores hasta los atacantes, se debía volcar en defensa cuando los rivales tuvieran el balón, el marcaje era hombre a hombre por todo el campo. Poco después, dobló la apuesta, retrasando a un jugador más: el quinto defensa, que actuaba de libre ejerciendo de escoba detrás de la línea de cuatro (5-3-2).
La innovación clave del catenaccio fue la introducción de la función de un “líbero” que jugaba detrás de la línea de los defensores y la consecuencia más inmediata de un planteamiento tan ultradefensivo, el descenso de goles. Se ganaron Scudettos y Copas de Europa, pero el sistema fue acusado de matar el espectáculo, tornando el juego poco atractivo para los espectadores. Se consideraba que el juego defensivo atentaba contra la idea básica y la concepción original del fútbol.

A finales de los ochenta el deporte rey vivía su penúltima revolución. Se hablaba del ‘efecto Sinibaldi’, en referencia a la táctica empleada por el entrenador corso del Anderlecht con la que había conseguido eliminar al Real Madrid de Di Stéfano en la Copa de Europa, defendiendo con una combinación de presión alta y fuera de juego.
Pierre Sinibaldi, creó escuela con su planteamiento defensivo. Rinus Michels, artífice del primer Ajax glorioso, lo simplificaba diciendo: “Lo que hacemos es defender hacia adelante”. Luego Arrigo Sacchi lo llevó al extremo cuando llegó al AC Milán en 1987.
Para Sacchi los once jugadores eran uno sólo. Desplegaba sobre el campo un rígido sistema que superaba el catenaccio y eliminaba la figura del líbero, con los futbolistas juntísimos, retrasando a los delanteros para presionar la salida del balón y adelantando la defensa para hacer caer al rival en el fuera de juego.
Su asfixiante presión y la ejecución magistral de la trampa del fuera de juego, le llevaron al éxito e hicieron del AC Milan el mejor equipo del momento. Pero, pese a los esfuerzos didácticos del entrenador milanista, para la mayoría de los aficionados, la táctica del fuera de juego era sinónimo de destrucción, comprimía a veinte jugadores en pocos metros en torno al centro del campo y colmaba el juego de interrupciones. Y como todo lo que triunfa tiende a ser imitado, las tácticas de Sacchi fueron reproducidas por otros muchos entrenadores para lograr una mayor solidez defensiva, buscando antes el cero en la portería propia que el gol en la contraria.
El Campeonato del Mundo de Italia de 1990 deparó un paupérrimo espectáculo futbolístico. Nadie pone en duda que fue un mundial soporífero, el más aburrido de la historia, consecuencia directa de tantos planteamientos eminentemente defensivos. En Italia’90 la media anotadora fue la más baja de todas las ediciones mundialistas disputadas hasta entonces, y eso hizo que la FIFA se decidiera a mover ficha.
El 28 de junio de 1990, la International Board aprobaba un nuevo cambio en la regla del fuera de juego. Desde el inicio de la siguiente temporada ya no se señalaría infracción “si el atacante destinatario del pase estaba en línea con el penúltimo oponente”. Incluso se concretó que el jugador estaba habilitado si partía del propio campo. Estas modificaciones fueron parte de un movimiento general de las máximas autoridades del deporte para favorecer el fútbol de ataque: “El cambio se ha tomado para dar ventaja al jugador atacante frente a la defensa y favorecer el fútbol ofensivo”, declaró Andreas Herren, portavoz de la FIFA.
En 1994 se decidió que el hecho de encontrarse un jugador en posición de fuera de juego no constituía en sí mismo una infracción: “no se sancionará a ningún jugador por encontrarse en fuera de juego posicional siempre que, en el momento en que un miembro de su propio equipo toque el balón, el jugador no participe, a juicio del árbitro, activamente en el juego: a) interfiriendo el juego, b) interfiriendo a un jugador contrario, c) obteniendo ventaja por encontrarse en esa posición. Es decir, que jugadores que están en fuera de juego en actitud pasiva y no influyen en la acción, no provocarán que se pite fuera de juego.
A partir de aquí, ya no hay más modificaciones de la regla del fuera de juego, solo recomendaciones con las que se pretende lograr una interpretación uniforme de cara a “proyectar –una vez más– un juego de ataque orientado a la consecución del gol, que es el objetivo máximo del futbol”, como dice la circular de FIFA nº 874, emitida el 22 de octubre de 2003.
En esta línea aclarativa, en su reunión anual, la IFAB acordó el 26 de febrero de 2005 incluir en la regla 11 una definición de las partes del cuerpo que deben utilizarse para decidir el fuera de juego: “más cerca de la línea de meta de su adversario significa que cualquier parte de su cabeza, cuerpo o pies está más cerca de la línea de meta de su adversario que el balón y el penúltimo oponente, excluidos los brazos”.
Sin embargo, el celo de los entrenadores por fortalecer los sistemas defensivos no se ha mermado ni un ápice. Llegó la figura del pivote por delante de los cuatro defensas, o el “doble pivote” (4-2-3-1) que inventó Juanma Lillo, incluso el “trivote” (4-3-1-2) que utilizó Mourinho en el Chelsea.
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Si has llegado hasta aquí, habrás podido comprobar que, efectivamente, la regla del fuera de juego es tan vieja como el fútbol, que siempre ha generado discusiones tanto en su interpretación como en su aplicación, por lo que siempre ha estado envuelta en la polémica, y que la evolución de las tácticas de juego ha estado íntimamente ligada a cada uno de sus preceptos y a las distintas modificaciones que ha experimentado a lo largo de la historia.
Su devenir ha sido un continuo toma y daca, un pulso secular, entre reguladores y estrategas. Cada vez que los primeros han implementado una modificación de la regla del fuera de juego, siempre con la intención de favorecer el fútbol de ataque, el espectáculo y el gol, se ha producido una reacción de los segundos que ha favorecido las tácticas defensivas, añadiendo, una y otra vez, más jugadores a la zaga de los equipos.
El resultado de esta sokatira ha sido la derrota del fútbol ofensivo en beneficio del defensivo. Del espectáculo en beneficio del aburrimiento. Si el fin último de este deporte es el gol, la ley del fuera de juego no solo no lo facilita, sino que favorece a quienes tratan de evitarlo; incluso, en ocasiones, el antifútbol. Lo que resulta meridianamente claro es que cada vez se generan menos ocasiones y se hacen menos goles.

Ha ganado el unocerismo. En efecto, después de analizar miles de partidos, los expertos han concluido que el resultado más frecuente en el orbe futbolístico es el 1-0, con el 1-1 o el 2-1 en segundo lugar, según el tipo de competición, como ha evidenciado la UEFA y confirma la FIFA. Muy lejos del juego espectacular y las goleadas de aquellos tiempos iniciales.

El fútbol lleva décadas en fuera de juego. El estancamiento en el juego y su atractivo, es evidente. Se siguen utilizando tácticas (4-3-3 y 4-4-2) que ya se utilizaban en los setenta del siglo pasado, con la fuerte presión sobre los jugadores rivales en todo el campo y la defensa adelantada para “tirar el fuera de juego”, que inventó McCracken hace bastante más de un siglo.
Habitualmente vemos partidos soporíferos, en los que resulta muy difícil hacer un gol, y cuando se produce una jugada primorosa que termina con un auténtico golazo, levantando a los aficionados de sus asientos, después de un parón considerable y de mediciones milimétricas, es anulado por un fuera de juego que solo una máquina es capaz de ver.
Lo que sí es evidente, es que la disposición de los jugadores en el campo, el sistema de juego, se ha invertido. Aquel primigenio 2-3-5, se ha convertido, a menudo, en un 5-3-2, lo que nos ha llevado a la acumulación de jugadores frente a la portería, ya no de atacantes en la del equipo rival, que era lo que la regla del fuera de juego pretendía evitar, sino de defensores en la propia. Por lo tanto, la regla ha perdido su razón de ser.
A esta conclusión ha llegado Marco Van Vasten, que apadrina la corriente que pide su abolición. El exdelantero holandés, que fuera tres veces Balón de Oro y director de desarrollo técnico de la FIFA, dedicando especial atención a las normas de juego y las nuevas tecnologías, ha sido rotundo al respecto: «Estoy convencido de que la regla del fuera de juego no es buena. Me gustaría experimentar con su eliminación para demostrar que el fútbol también es posible sin esa regla. Creo que el juego sería mejor. La misión de defender sería mucho más difícil: podría haber uno o más jugadores más adelantados para poner el balón en el ataque. El equipo atacante necesitaría estar más atento de lo que está actualmente, porque el campo se haría más grande: habría más opciones para que los jugadores en posesión lo exploren. La gente quiere acción. ¿Cuánto tiempo se necesita para discutir si un jugador está en fuera juego o no? ¡Demasiado!».
Pero aún queda una última bala en el cargador de los reguladores: la Ley Wenger, que está en fase de pruebas y que se anuncia como otra revolución en el mundo del fútbol.
Detrás de esta modificación está Arséne Wenger, reconocido entrenador del Arsenal durante muchos años que, desde su marcha del banquillo gunner se unió a la FIFA para desarrollar e idear nuevos cambios que mejoren la experiencia tanto del jugador como del espectador y para que el fútbol se adapte a esa necesaria renovación.
Así, con esta nueva modificación que abandera Wenger, un futbolista que ataca estaría en fuera de juego cuando todo su cuerpo, hasta el último centímetro de cualquier parte, rebase al último defensor. Si el atacante está delante, pero su bota, por ejemplo, aún está alineada con alguna parte del cuerpo del jugador que defiende, no estará en fuera de juego. Este cambio en la regla ya ha sido puesto en práctica en competiciones de categorías inferiores de Italia, Países Bajos y Suecia.
Pero… me temo que volverán las mediciones milimétricas, los parones y las polémicas, y ya no habrá más remedio que hacer caso a Van Basten.
*Jorge Eliécer Amaya Oñate fue árbitro de Primera Categoría en Colombia. Es Especialista en Dirección y Gestión Deportiva.