Los Atocha, los Múgica y la Real Sociedad

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Para los txuriurdinak, Atotxa y Mujika son nombres que evocan, por sí solos, pasión. Pasión por el fútbol, por unos colores, por un equipo, la Real Sociedad. Atotxako futbol zelaia fue el campo en el que desde 1913 hasta 1993, los donostiarras vivieron ochenta años de alegrías y tristezas; Mujika Taldea, con permiso de Bultzada Txuriurdina, la peña con mayor solera de la historia de la Real.

Sin embargo, no es habitual preguntarse por el origen de esos nombres que tanto nos dicen. Qué hay detrás de ellos. Yo lo he hecho y hoy comparto el resultado.

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Nacidos en la villa de Garde, en el Valle de Roncal, los hermanos Felipe y Pascual de Atocha Maisterra fueron dos grandes empresarios navarros que resplandecieron en el siglo XVII.

Para afrontar con éxito la guerra anglo-española (1625-1630), la Armada de los Austrias necesitaba seguir construyendo barcos, pero el suministro de mástiles que llegaban de los países bálticos se había interrumpido a causa de la contienda. Y ahí estaban los Atocha para proveer a la Armada de lo que necesitaba, los pinos roncaleses, que le permitieron seguir armando las arboladuras de los barcos y a los Atocha enriquecerse, ganando decenas de miles de ducados.

Con los beneficios obtenidos compraron varios navíos, se dedicaron a comerciar trayendo a la península productos originarios de las Américas y se establecieron durante 15 años en Perú, donde siguieron acumulando grandes fortunas.

Al finalizar su periplo americano, las vidas de los hermanos se separaron. Pascual se retiró a vivir en Donostia, llegando a ser alcalde de la ciudad. En 1665 poseía una casa en la esquina de las calles Embeltrán y Narrica, hoy plaza de Sarriegi. Años más tarde, Pascual de Atocha se mudó al barrio de Egia, dando su apellido a la zona en la que con el tiempo se construyó el campo de fútbol de Atotxa.

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Ramón Múgica Echeverría fue otro gran emprendedor. Carpintero tolosarra, nacido en 1843, trasladó sus negocios a San Sebastián atraído por el boom inmobiliario que se produjo como consecuencia del derribo de sus seculares murallas y el rápido desarrollo de la ciudad.

Se estableció en Gros y en 1878 empezó a construir una carpintería industrial en los solares que compró junto a la “carretera para Irún”, así figura en los planos, actual calle Miracruz. El membrete del “contratista de obras” tolosarra mostraba en toda su extensión el alcance de la “carpintería mecánica y almacenes de maderas” de la que era propietario. Su objetivo no era otro que proveer a los constructores de todo lo que necesitaban para equipar los edificios que iban dando forma a la nueva ciudad que crecía hacia el sur gracias al desarrollo del Ensanche de Cortázar. Puertas, ventanas, molduras, puertas giratorias y… persianas enrollables, que supusieron toda una revolución doméstica. Ramón Múgica fabricó y vendió, de hecho, las primeras persianas enrollables del Estado. Con el tiempo, llegaron a fabricar vagones y cisternas.

El crecimiento residencial de Gros impulsó el desplazamiento de las fábricas y talleres hacia zonas más periféricas. Aprovechando el derribo de la plaza de toros de Atotxa, los Múgica se trasladaron a Egia, a la zona a la que había dado nombre aquel navarro de Garde, y empezaron a construir en 1912 una nueva fábrica. Un año después la Real inauguraba el campo de Atotxa.

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Como se puede ver en esta fotografía y en la que abre esta entrada, la fábrica estaba tan pegada al campo de fútbol, que el fondo sur adoptó el nombre de los Múgica. En sus gradas, con el tiempo, asentó sus reales una peña que también tomó su nombre: la Peña Mujika, Mujika Taldea, que nace en la temporada 1979-80, aunque no fue hasta la temporada siguiente cuando se consolidó como grupo coincidiendo con la conquista del primer título liguero por parte de la Real Sociedad.

Durante muchos años, ha sido el grupo más representativo de la hinchada txuriurdin, haciendo del Fondo Sur de Atotxa el origen del aliento que llegaba desde la grada. Su apoyo al equipo, siempre entusiasta, ha tenido el reconocimiento del propio club, jugadores y afición. Satrústegui llegó a decir que “muchas de nuestras victorias se las debemos a la afición, pero, sobre todo, al fondo Mujika”.

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Ramón Múgica, fallecido en 1907, no conoció ni la nueva fábrica de Atotxa, ni a su nieto Gabriel Celaya, ingeniero sentimental y poeta universal que, de niño, fue socio de la Real.

Bautizado como Rafael Gabriel Múgica Celaya, llegó a dirigir la empresa familiar al tiempo que empezaba a publicar sus primeros poemas. Hasta que un día, el consejo de administración de la fábrica se reunió y le dijo: “Como usted comprenderá, esto de que un ingeniero gerente publique versos, desacredita a la empresa y puede crearnos muy mal nombre ante los bancos. Le agradeceremos que, en adelante, firme con seudónimo”. Así que Rafael Múgica empezó a firmar sus poemas con su segundo nombre y su segundo apellido: Gabriel Celaya.

En una entrevista con Manuel Vicent, recordaba que, efectivamente, la fábrica estaba tan “pegada al estadio de Atocha [que], /(como entonces se jugaba bombeado), nos rompían los cristales a pelotazos. Recuerdo la consejería llena de balones que mi padre no devolvía si no le daban cinco duros por cada uno”.

Hincha confeso de la Real Sociedad le dedicó un poema entrañable titulado a Mi Real Sociedad, que leyó, visiblemente emocionado, en la celebración del 75 aniversario del club. Casi cincuenta años después de aquella triple final de Copa de 1928 en el Sardinero, decidió que había llegado el momento de contraatacar poéticamente a la oda con la que Rafael Alberti celebraba la victoria del Barcelona.

Los versos, durante cuya lectura Celaya llegó a llorar, los dedicó “sobre todo –dijo–, a la Real de mis años de infancia. Jugadores que para nosotros eran dioses”.

Recuerdo que de niño, socio de la Real,
desde la grada Norte, les veía jugar. 
Y siempre con apuros contra la Real Unión.
¡René Petit, Patricio, Gamborena, Emery! 
Nunca había manera de meterles gol.
Ni Yurrita, ni Jauregui podían conseguirlo.
Ni Izaguirre y Arrate defendernos al fin.
Y recuerdo también nuestra triple derrota
en aquellos partidos frente al Barcelona
que si nos ganó, no fue gracias a Platko,
sino por diez penaltis claros que nos robaron.
Camisolas azules y blancas volaban
al aire, felices, como pájaros libres,
asaltaban la meta defendida con furia
y nada pudo entonces toda la inteligencia
y el despliegue de los donostiarras
que luchaban entonces contra la rabia ciega,
y el barro, y las patadas, y un árbitro comprado.
Todos lo recordamos y quizá más que tú,
mi querido Alberti, lo recuerdo yo,
porque estaba allí, porque vi lo que vi,
lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre
recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos
y hay algo que no cambian los falsos resultados.

El 20 de abril de 1991, por la mañana, Amparitxu, ferviente compañera de Gabriel, esparcía sus cenizas por Hernani y Donosti. Por la tarde, la Real jugaba en San Mamés. “Los equipos salieron juntos al terreno de juego –se leía al día siguiente en El Diario Vasco–, luciendo los blanquiazules brazaletes negros en señal de duelo por la muerte de Gabriel Celaya”. El nieto de Ramón Múgica, cuya empresa se estableció en los terrenos a los que había dado nombre Pascual de Atocha.

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Esta encrucijada de nombres y apellidos, nos remite a tiempos épicos en la historia de la Real Sociedad que no debemos olvidar.

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