Eduardo Chillida, de gato a poeta del hierro

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Bidegain, Santi, Patri, Chillida, Tellería, Izaga, Urbieta. Agachados: Pérez, Ontoria, Unamuno y Pedrín

Caía un ligero xirimiri mientras se remangaba el jersey y flexionaba las rodillas. Al borde del área, una hilera de balones moteaba la negrura del barro. Un ojeador le había visto en el Campeonato de Guipúzcoa, había comentado que apuntaba maneras, y Benito Díaz, el entrenador del equipo, le había convocado para hacer una prueba. Si la superaba, ficharía por el primer equipo de la Real Sociedad.

Aquella tarde, Eduardo Chillida había llegado a Atotxa vestido de calle, con la armadura de portero bajo el brazo, pero cuando se dirigía al vestuario, el tío Benito, le dijo que no se cambiase, que fuera a la portería. “De repente me encontré bajo los palos –recordaba en ABC–, tirándome en el barrizal, mientras varios jugadores disparaban sin parar. Llegué a casa con un aspecto lamentable. Unos días después, Díaz me mandó llamar: “Estás fichado”, me dijo. De esta manera empezó todo”.

El 27 de septiembre de 1942, con 18 años, Chillida debutó como guardameta titular en el primer equipo de la Real Sociedad, un equipo recién descendido a Segunda División, con su padre, Pedro Chillida, recién llegado a la presidencia del club, precisamente, con el objetivo de regresar a Primera. Aquel día también debutaron sus compañeros de equipo Santi y Tellería. Y lo hicieron en Pamplona, con derrota frente a Osasuna por tres a dos.

Durante unos días, Eduardo sintió una extraña frustración que, como una niebla pasajera, se disipó con la victoria por la mínima ante el Constancia en casa. Las dos palizas a Sabadell, ocho a dos, y Ferroviaria, cero a ocho, convirtieron al equipo donostiarra en el más goleador de la Liga de Segunda y le hicieron soñar. El trabajado uno a cero frente al Gerona los colocó líderes, con una ventaja de dos puntos, y llegó la felicidad. Contra el Alavés, terminó imbatido, con un cero a dos. Ante el Terrasa cosecharon otra abultada victoria por siete a uno. La visita de Osasuna a Atotxa se saldó con un sufrido dos a uno y empataron a uno contra el Constancia. Las tres jornadas que Eduardo no jugó, las vivió con más nervios que bajo palos. Volvió para enfrentarse al Alavés y la victoria por cinco a uno les proclamó definitivamente vencedores del segundo grupo y les postuló como uno de los más serios aspirantes al ascenso automático. En la última jornada, consiguieron otra victoria por dos a cuatro contra el Terrasa.

Eduardo Chillida Juantegui (Donostia, 1924-2002) era un portero de extraordinarios reflejos, ágil y rápido, que enseguida fue apodado ‘el gato’ por los periodistas de la época. Le fascinaba el lenguaje geométrico del fútbol: rectángulo de juego, círculo central, línea de banda, saque de esquina, palo corto, palo largo, semicírculo del área, esférico… “La portería –decía– es el lugar tridimensional del campo, es donde ocurren todos los fenómenos complejos del fútbol, cosas que tienen que ver con la geometría: por ejemplo, cuando un portero sale a buscar al delantero, está reduciendo el tamaño de la portería”. Tenía pues una visión excepcional del fútbol.

Acabaron la Liga con la mayor ventaja al subcampeón de todos los grupos de Segunda, y el ascenso a Primera estaba más cerca. Las banderas blanquiazules pintaban los balcones de Donosti. Incluso su mujer, Pilar Belzunce, que desdeñaba el fúlbol, acabó sabiéndose la melodía de la alineación: Chillida, Patri, Tellería, Izaga, Santi, Urbieta, Pérez, Bidegain, Unamuno, Ontoria y Pedrín. En la fase de promoción, S.D. Ceuta, Real Gijón, C.F., Real Valladolid Deportivo, C.D. Sabadell, F.C., y Xerez, C.F., eran los últimos escollos para alcanzar el sueño.

En la tercera jornada, la Real Sociedad viajaba a Valladolid. Aquel 14 de febrero de 1943, Chillida saltó al José Zorrilla con la ilusión de afianzar el objetivo. Al descanso perdían uno a cero, pero en la segunda parte reaccionaron y dieron la vuelta al marcador con tres goles. Fernando Sañudo, delantero del Valladolid, con el nueve a la espalda, no tenía su día; cabalgaba desorientado por el campo, con la pólvora mojada. En la grada se encomendaban para que cazase, al menos, un córner. Pero los centros sobrevolaban tibios el corazón del área y ‘el gato’ los despejaba a zarpazos. En uno de tantos, Chillida saltó con autoridad y Sañudo intentó rematar. Chocaron y cayeron al césped. El encontronazo le provocó una grave lesión en la rodilla, la peor, la tríada. La Real ganó 1-3 y encarriló su posterior ascenso, pero aquel partido cambió para siempre el destino de Eduardo Chillida.

Ficha del partido

Fue operado varias veces, incluso reapareció dos meses después de la lesión, el 19 de abril, en un amistoso que enfrentó a la Real Sociedad y al Real Madrid, pero nunca se recuperó. De hecho, fue en ese mismo partido, su último partido, cuando se resintió nuevamente de la rodilla al salir de la portería para hacerla más pequeña y evitar el tanto del empate.

Chillida jugó 14 partidos oficiales aquella temporada (11 de los 14 de Liga y 3 de la Promoción de Ascenso) en los que encajó 15 goles, con un promedio de 1,07 por partido. Muchos hablaron de Selección. Incluso lesionado, Real Madrid y Barcelona se interesaron por él, pero su padre se opuso a cualquier traspaso. “Sin exagerar, hubiera sido el Arconada de la época”, llegó a asegurar Benito Díaz.

De esta manera acabó todo. A modo de resumen, Eduardo Galeano escribió en El fútbol a sol y sombra:

“Eduardo Chillida era guardameta de la Real Sociedad, en la ciudad vasca de San Sebastián. Alto, enjuto, tenía una manera muy propia de atajar, y ya el F.C. Barcelona y el Real Madrid le habían echado el ojo. Decían los expertos que ese muchacho iba a heredar a Zamora.

Pero otros planes tenía el destino. En 1943, un delantero rival, que por algo se llamaba Sañudo, le rompió los meniscos y todo lo demás. Al cabo de cinco operaciones en la rodilla, Chillida dijo adiós al fútbol y no tuvo más remedio que hacerse escultor.

Así nació uno de los grandes artistas del siglo”.

Tras abandonar el fútbol, se trasladó a Madrid para estudiar arquitectura, pero poco después abandonó la carrera para dedicarse a tiempo completo a la escultura y el dibujo. Así es como ‘el gato’ emprendió el camino que le convertiría en poeta del hierro. Siempre, fiel seguidor de la Real Sociedad.

Chillida no era partidario de explicar el sentido de sus creaciones, sin embargo, insistía en sus declaraciones sobre la relación que había tenido su pasado como portero en su faceta de escultor. “Un periodista –recordaba–, estaba escandalizado porque yo hubiera sido portero de fútbol y escultor. No veía la relación entre una cosa y otra y yo le convencí de que estaba en un error”: “La portería, entre el marco y el área, es un espacio tridimensional, es un diedro, y ahí es donde está el portero y donde ocurren todos los fenómenos verdaderamente activos del fútbol. El portero tiene que desarrollar una serie de condiciones muy especiales de intuiciones espacio temporales, muy rápidas y muy inmediatas, relacionadas con estos dos misterios, el espacio y el tiempo, lo que me hace pensar, le dije yo, que las condiciones que hacen falta para ser un buen portero y un buen escultor son prácticamente las mismas”.

En otra ocasión utilizó argumentos similares para explicar cómo hacía para detener penaltis. “En vez de colocarme en el centro de la portería, como hasta el portero más heterodoxo hace, me situaba un poco hacia un lateral, para dejar menos hueco y así obligar al futbolista a disparar por el otro lado, el que yo había elegido para tirarme. No es poco intuir por dónde van a ir los tiros […] Cosas como estas tienen que ver con el espacio, el tiempo, la velocidad y la geometría”.

Reconocido como uno de los escultores más relevantes del siglo XX, Chillida fue siempre un realzale más. Arconada le recuerda en la celebración del primer título, el de 1981, cuando el equipo campeón volvía a casa entre vítores y aplausos: “Veníamos desde Vitoria, recorriendo diferentes localidades de Guipúzcoa y, en la entrada a Donostia, a la altura del túnel del Antiguo, vi a Eduardo y a Pilar entre la multitud, como dos realistas más, festejando el título. Pedí que parase el autobús y bajé a saludarle y compartir con él ese primer éxito de nuestro querido equipo”.

En el atardecer donostiarra, entre la luz naranja y morada que flota sobre el mar, resuenan las palabras que Petón escribió años después: “El Peine del Viento es el vuelo de una ciudad sobre la mar, la estirada definitiva de un portero, una tarde de Atocha para siempre, el último remate del Cantábrico, la puerta marina de San Sebastián”.