Marcial Arbiza es un perfecto desconocido, incluso para la familia txuriurdin. Nació en Urnieta el 8 de julio de 1914 y empezó a romper alpargatas en el Colegio de San Bernardo-La Salle de Donosti, entre un puñado de chavales que, en unos años, serían buenos futbolistas: Ignacio Goyeneche, que jugó en la Real (1932-35) y el Valencia (1943-45); Peña Iriarte ‘Peñita’, en la Real (1931-33) y Atlético de Madrid (1934-36); y Félix Daguerresar, en la Real (1935-40).
Cuando los bernardinos regresaron a Baiona en 1928, les acompañó como estudiante interno; pero, en vacaciones, siempre se acercaba a Irún y, una vez cumplidos los 16, solía alinearse con el Real Unión en partidillos de entrenamiento y amistosos. Formar junto a los Gamborena, Petit o Regueiro, que jugaban en Primera División, constituía una experiencia gratificante.
En otoño de 1930, tuvo que abandonar Baiona rumbo a Bélgica para estudiar Artes y Oficios. “Allí continué dándole al balón –manifestó Arbiza–. Aunque de manera informal, puesto que no existían competiciones en categoría juvenil”. Luego, cuando empezó a trabajar, como ha revelado José Ignacio Corcuera, compartió su ocupación en una acería con el fútbol, jugando en el A.S. Hautmontoise francés y el Excelsior Athlétic Club de Roubaix.
Pero la situación en Francia empezaba a ponerse difícil con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. “Me hablaron de que la Real Sociedad pudiera estar interesada en mí –recordaba–. Así que tomé el petate y volví a Guipúzcoa. Pero no se hizo nada. Ya me había casado y tenía dos hijos. No era, bien mirado, el mejor momento para empezar otra vez desde cero”. Jugó parte de la temporada 1939-40 en el Real Unión de Irún. “Pocos partidos. Muchos menos de los que me hubiese gustado. Porque las circunstancias se cebaron conmigo”.
Marcial Arbiza no había intervenido en la Guerra Civil, ni con “los hunos” ni con los “hotros”, que decía Unamuno; ni siquiera se había significado políticamente, sostiene Santiago de Pablo, pero enseguida es detenido en aplicación de una norma franquista que consideraba delito haberse quedado en el extranjero durante la guerra, especialmente si se estaba en edad militar, como era el caso de Marcial. Ese era su delito: haber rehuido el alistamiento.
Así que, como otros “prófugos” y muchos soldados republicanos, fue recluido en el campo de concentración de Miranda de Ebro, convertido eufemísticamente en Batallón de Trabajadores, donde los internos sufrían todo tipo de penurias, vejaciones y humillaciones.
Pero el fútbol salió al rescate de Marcial Arbiza. El internacional irundarra Patxi Gamborena, con quien había coincidido algunos veranos en el Real Unión antes de la guerra, estaba muy cerca, en Vitoria. Entrenaba a los babazorros y, en cuanto tuvo conocimiento de las penalidades por las que estaba pasando Marcial, tomó inmediatamente cartas en el asunto. El hecho de que varios directivos alavesistas como Luis Molina o Luis Fernández de Pinedo fueran militares, también ayudó.
“Gamborena se portó de maravilla –recordaba–, porque, al enterarse de mi situación, se presentó en Miranda acompañado de dos directivos del Alavés, los comandantes Molina y Pinedo. Para mí todo cambió de inmediato porque, si bien seguía en el Batallón, me dejaban salir cuando quería. Hasta iba en taxi a los entrenamientos, todo un lujo en esos tiempos”.
Así empezó a jugar en el Deportivo Alavés, debutando el 27 de octubre de 1940 en Mendizorroza con gol y victoria ante el Tolosa por 2 a 0. Aunque tuvo que tomar precauciones. Una elemental prudencia hacía que se alineara con su segundo apellido. “Solo faltaba que algún alto mando conectase al Marcial Arbiza que goleaba los domingos con el del Batallón mirandés y se liara. Así que para prensa y aficionados era Arruti. Salía del campo de concentración, jugaba y volvía al campo”.
Fue una temporada “grandiosa” –solía contar–, para el Deportivo Alavés, que logró el ascenso a Segunda División, y para él, porque había sido pieza clave del éxito, marcando la increíble cifra de 58 goles en solo 17 partidos. Algo que para el Real Madrid no pasó desapercibido. Bien relacionado con el club de Vitoria desde que años antes incorporase a Ciriaco Quincoces y Olivares, se anticipó al resto y, sin concluir la temporada, lo fichó en marzo de 1941 para disputar la Copa.
Los técnicos de la Real Sociedad desaprovecharon, por segunda vez, la oportunidad de incorporar al equipo a un goleador contrastado. Sólo iniciaron alguna aproximación cuando el compromiso con el club merengue ya era un hecho. “Es verdad que no había firmado aún con el Madrid –comentaba Marcial–. Mi compromiso había sido verbal. Pero la palabra es la palabra. Así que fui a la capital, para seguir alineándome al principio como Arruti. Todavía mi situación seguía siendo delicada, hasta el punto de perderme algún partido por no disponer del correspondiente permiso militar. Tampoco convenía mostrarse imprudente”.
Su debut en Liga, en Primera División, se produjo el 28 de septiembre de 1941, precisamente en Atotxa, en un partido contra la Real Sociedad que terminó con la victoria del conjunto blanco por 2 a 3, anotando Arbiza uno de los goles. Como delantero centro del Real Madrid marcó 29 en 27 partidos.
A pesar de su capacidad goleadora o precisamente por ella, le costó normalizar su vida deportiva. “Después de pasar por Miranda –declaraba Arbiza–, aquellos dos años me resultaron magníficos. Y eso que, al principio, cuando me denunciaron desde varios clubes por lo anómalo de mi situación, sudé la gota gorda. Pero el Real Madrid se portó admirablemente. Movió sus hilos y las denuncias debieron ir a parar a la papelera del algún despacho”.
El segundo año en Chamartín el viento seguía soplando de cola, pero el 29 de noviembre de 1942 se fracturó la tibia y el peroné en San Mamés y la temporada se acabó para Marcial. Fue esa la razón por la que solo jugó 8 partidos en la temporada 1942-43, sumando otros 8 goles. La lesión le impidió acercar su registro anotador a la veintena, como había hecho en la temporada anterior marcando 18.
En la “casa blanca”, pensando que, probablemente, su recuperación iba a resultar larga e incierta, aceptaron con bastante alivio el repentino interés de la Real Sociedad, no poniendo ningún obstáculo a su traspaso. Benito Díaz llevaba algún tiempo empeñado en hacerle regresar a casa.
“Lógicamente, también en San Sebastián tenían dudas –recordaba Marcial–. Así que se llegó a un acuerdo, consistente en que yo pasara a la Real Sociedad y José María Querejeta fuese al Madrid. Pero en el caso de que no lograra recuperarme del percance, los madrileños enviarían a tres jugadores determinados por consenso entre ambos clubes”. Arbiza se recuperó. Lo suficiente para lucir el escudo txuriurdin dos temporadas. Debutó en Atotxa el 26 de septiembre de 1943 con derrota ante el Valencia por 2 a 4, marcando uno de los 14 goles que consiguió anotar en los 33 partidos que llegó a disputar.
Pero el inexorable paso del tiempo le hizo ver que su eficacia de cara al gol se iba mermando y empezó a rondarle la idea de colgar las botas. “Aun así –comentaba– tuve ofertas. Cuando estaba a punto de cumplir 34 años, me llegó una del Roubaix, donde ya había jugado de joven, y otra del Murcia. Pero puesto que tenía mi vida organizada al margen del fútbol, preferí aceptar otra más modesta del Real Unión irunés que, en absoluto implicaba obstáculos para mi vida profesional y familiar. Después, finalmente, el retiro”.
El urnietarra Marcial Arbiza Arruti, ese gran desconocido, incluso para los seguidores del Alavés, Real Madrid y Real Sociedad, fue, al mismo tiempo, ejemplo de nobleza, tenacidad y superación ante los reveses y, a pesar de sus circunstancias vitales y deportivas, un goleador nato. Marcó 113 goles en 92 partidos, con un promedio anotador de 1,228 goles por partido, 0,424 en la Real Sociedad, muy cerca del registro de Jesús Mari Satrústegui (0,435), igualando el de Kiriki y muy por encima de goleadores reconocidos como Epi (0,409), Kovacevik (0,374), Isak (0,333), Bakero (0,317), Vela (0,292), Oyarzabal (0,282) o Griezmann (0,262).
Falleció en Donosti el 11 de agosto de 1992, a los 78 años, agradecido al fútbol, porque, como ha asegurado su hijo, “el fútbol le salvó la vida”.
¡Qué bien nos vendría hoy un Arbiza!
Como siempre una reseña histórica turística urdin inmejorable. Si nos vendría bien hoy, pero los jugadores de hy tienen más clase. Ánimo y gora Erreala!!!