
Los sesenta y los setenta fueron también años movidos en el mundo del fútbol español. El sonoro fracaso de la selección en el Mundial de 1962, celebrado en Chile, con “el equipo de la ONU”, llamado así en el país anfitrión por sus jugadores nacionalizados: Ferenc Puskás (húngaro), Alfredo Di Stéfano (argentino), José Santamaría (uruguayo) y Eulogio Martínez (paraguayo), tuvo graves consecuencias.
A pesar de las altas expectativas con las que se había afrontado el campeonato, España no superó la fase de grupos, y se culpó de ello a los jugadores extranjeros nacionalizados, que cerraban el paso a los nacionales, más, si cabe, cuando se tuvo constancia del estupor con que la propia FIFA había acogido su convocatoria. La Federación Española prohibió el fichaje de futbolistas extranjeros; una decisión que entraba en vigor el 1 de julio de 1962, antes de iniciarse la temporada 1962-63.
Por su parte, la FIFA, en el Congreso celebrado solo unas semanas antes, el 10 de junio, acordó que el jugador que hubiera sido internacional por un país, no podría serlo por otro, aunque cambiara de nacionalidad. Una medida directamente dirigida contra España e Italia que se habían presentado en el Campeonato del Mundo con futbolistas no formados ni nacidos en sus respectivos territorios.
Los clubes acogieron de mala gana estas limitaciones a la contratación y encontraron la solución a sus problemas recurriendo a una norma que convertía en “asimilado”, en “oriundo”, a cualquier descendiente de españoles… siempre que no hubieran sido internacionales en su país de origen, requisito exigido por la FIFA. Así que, hecha la ley, hecha la trampa. De manera asombrosa, aparecieron hijos de emigrantes españoles, excepcionalmente dotados para el fútbol, por todas partes, fundamentalmente de origen paraguayo y argentino… y con la garantía de que no habían sido internacionales.
En estas, en junio de 1969, llegó a El Prat, para fichar por el Barcelona, el uruguayo Severiano Irala, ‘el Taladro’, procedente del Cerro Porteño. Se le presentó tan elogiosamente en la rueda de prensa, que un periodista le preguntó cómo no era internacional en Paraguay.
–Claro que soy internacional, –le respondió con toda la candidez del mundo.
–¡Entonces no puede jugar aquí!, –insistió el periodista.
–¿Cómo que no?, –replicó Irala.
El jugador se mostró muy sorprendido, porque compatriotas suyos de la selección guaraní jugaban en la Liga española, y citó varios nombres, entre ellos, Sebastián Fleitas, que había pasado justo ese verano al Real Madrid, Aníbal Pérez (Valencia), Amado Cáceres (Mallorca), Juan Carlos Rojas (Córdoba), Juan Francisco Riveros (Celta de Vigo), Ricardo González y Genaro ‘el Búfalo’ García (Elche).

La documentación emitida por la Federación Paraguaya, en poder de la RFEF, decía lo contrario. Sin quererlo, Irala hizo saltar todas las alarmas. La Federación Española no pudo expedirle la correspondiente ficha, argumentando que el propio jugador, con su confesión, invalidaba los documentos presentados, sin embargo, dio como hechos consumados los inscritos con anterioridad.
Por aquel portillo abierto a los “oriundos” llegaban decenas de jugadores argentinos, uruguayos, chilenos… pero sobre todo… paraguayos. Poco a poco se fue averiguando que muchos de ellos eran de la tierra del tango y empezó a sospecharse que podrían haber incurrido, consciente o inconscientemente, en irregularidades.
En efecto, cerca de cincuenta argentinos llegaron a España camuflados como paraguayos ya que, en Paraguay, los papeles se podían conseguir con más facilidad. Al abrigo de una burocracia corrupta, se expedían certificados y partidas de nacimiento casi a medida: “por mil dólares de la época, se libraban documentos de procedencia con todos los sellos y timbres legales. A lo que había que añadir el soborno cobrado por el gerente de la Federación Paraguaya”.
Cuando la Real Sociedad entendió que era el momento de dirigirse a las instancias federativas para aclarar la situación, chocó contra el muro de José Luis Pérez-Payá, ex jugador de la Real. La respuesta de la Federación fue que ellos no se dedicaban a investigar: “si hay algo, que presenten denuncia”.

No quedaba otra. Secundada por el Athletic, la Real toma la iniciativa, denunciando públicamente que muchos “paraguayos”, en realidad, eran argentinos con documentos falsos, levantando una escandalosa polvareda. Disponían de certificados del Registro Civil Consular que reconocían falsificaciones en tres casos: Rodolfo Vilanova (Málaga), Roberto Martínez y Eduardo Anzarda (Real Madrid). Ni sus padres eran quienes se aseguraba, ni reales sus fechas de nacimiento. ‘Migue’ Adorno (Valencia), ‘Cuchi’ Cos (Barcelona), Óscar Bravo (Oviedo) y Carlos Ferreira (Cádiz), habían llegado con partidas de nacimiento en las que se habían introducido “modificaciones sustanciales”. Y se sabía que Mario Jacquet (Burgos), no era ni paraguayo ni “oriundo”. De los sesenta jugadores admitidos con esta condición, cuarenta y seis habían falsificado la documentación. Definitivamente había estallado el timo de los paraguayos, por el que la mayoría de estos jugadores no tenían antepasados españoles, ni documentación en regla, y hasta tenían internacionalidades ocultas.
La Real Federación Española de Futbol abrió una investigación interna, comprobando que, efectivamente, decenas de fichas estaban basadas en partidas falsificadas. El secretario general, Andrés Ramírez Pardiñas, fue considerado responsable de ello, por su falta de celo, “por su negligencia in vigilando”, y sancionado con una suspensión de empleo y sueldo de seis meses. Poco después, el 26 de mayo de 1973, el nuevo Delegado Nacional de Educación Física y Deportes, Juan Gich, autorizó la contratación de dos jugadores extranjeros, norma que entraría en vigor a partir del campeonato 1973-74. Se pretendía así cerrar el formidable escándalo de los falsos “oriundos”, pero la guerra abiertamente declarada por la Real y el Athletic contra aquella mala praxis generalizada, no había terminado.
El empeño de Orbegozo y Eguidazu seguía dando frutos, arrojando nuevas pruebas de falsificación, por lo que decidieron la contratación de un detective privado, Jesús Gallo de la Hera, y del abogado José María Gil-Robles. El primero, investigó en los archivos de diversos países americanos los orígenes de varios jugadores bajo sospecha. Viajó por Paraguay, Uruguay y Argentina. Sufrió amenazas y la persecución de un oscuro personaje, un abogado que viajó desde España para dificultar su trabajo. El segundo, con toda la documentación en la mano, elaboró un detallado informe jurídico sobre la falsedad de numerosas identidades y acudió a los tribunales de justicia en representación de la Real Sociedad y el Athletic.

Tras recabar información de Ramón Melcón –denunciante, a su vez, en un diario madrileño, de la falsificación que Roberto Martínez (Real Madrid) había efectuado en su partida de nacimiento, publicando fotocopia de la auténtica–, Gallo partió hacia América. Allí, efectivamente, habría de vivir, desde el 15 de octubre al 16 de noviembre de 1974, situaciones esperpénticas, que darían para un thriller. De todo ello da buena cuenta el relato que hizo en su momento José Ignacio Corcuera:
“En Paraguay iba recomendado a cierto industrial. Como aquel hombre lo desconocía todo acerca del fútbol, le recomendó a su vez a otra persona, metiéndole de lleno en la boca del lobo. Prácticamente, le retaban, entre divertidos y amenazantes. “Las cosas –decían–, o se hacen bien o no se hacen”. No estaban muy bien hechas, porque Gallo logró pruebas. Entonces la sorna se trocó en intimidación: “A nada que te metas en algo, te plantan en Clorinda sin que pase media hora”. Huelga comentar que Clorinda era un cementerio. El muro burlón, en Paraguay, parecía resistirlo todo. Allí todos eran conscientes del bonito negocio organizado con muchos clubes de nuestra 1ª y 2ª División. En Argentina, en cambio, las entidades deportivas escudaban sus prácticas bajo la máscara de esa simpatía que todo lo empolva y olvida. Solo en Uruguay fue relativamente fácil atar cabos. Claro, que el detective contaba, especialmente en Buenos Aires, con la desinteresada colaboración de muchos emigrantes españoles, en particular de los agrupados en la Casa Vasca.
Cuando se tuvo noticias de sus avances, un abogado voló desde España con instrucciones de hacer más tupida la red silenciosa. Y justo entonces, irrumpió el listillo de turno, dispuesto a aplicar su tocomocho. Se presentó con insignia del Real Madrid en la solapa y bien pronto acreditó no ser sino el clásico hombre de paja. Por una modesta aportación económica, aseguraba conseguir toda la información precisa. Él se encargaría de todo, mientras Jesús Gallo podía dedicarse a engordar su cuenta de gastos, gozando de los muchos atractivos americanos. La víspera del día en que el detective tenía previsto su regreso, recibió una llamada telefónica. El supuesto rastreador solo le proporcionaba su dossier, previa entrega de 50.000 pesetas. El detective retrasó el vuelo a Barajas y pudo hacerse con esos mismos papeles por sus propios medios.
Cuanto aportó Gallo tuvo un efecto bomba. Oscar Rubén Valdez se había buscado unos padres de conveniencia. Cos, paraguayo del Barcelona, había nacido en Córdoba, Argentina, y sus verdaderos apellidos no eran Fernández Cos, conforme aseguraba, sino Cos Luján. El valencianista Adorno, tampoco había nacido en Puerto Aragón, sino en Corrientes, su padre era argentino y la madre paraguaya. Víctor Domingo Juárez era de Formosa, Argentina, no de Alberdi, Paraguay; tenía un rastro fácilmente perseguible, pues su progenitor fue diputado peronista. Carlos Diarte se inventó un Martínez por delante para colar en el ancho filtro. Crispín Maciel, aparte de inventarse un inexistente García como primer apellido, convirtió en tío a su verdadero padre, militar retirado de alta graduación, para dejar sitio al García comprado a peso. Aguirre Suárez, por fin, tampoco había nacido en Zeballos Cué (Paraguay), sino en Tucumán (Argentina), y además era conocido en las canchas de allende el océano como “El Tucumano”. Por cierto, que a su llegada a Granada fue bien aleccionado: “Desciendes de Pamplona”, se le dijo en el aeropuerto. “Acuérdate bien, tu abuelo es de Pamplona. A ver, ¿de dónde procede tu sangre española?” Se lo aprendió tan bien que horas más tarde, durante su primera rueda de prensa, ante la pregunta de una periodista sobre si sus ascendientes eran navarros, lo negó categórico. “Se equivoca usted. Mi abuelo no era navarro, sino de Pamplona”.

Se produjeron situaciones surrealistas, rocambolescas. Como si no hubiera padres suficientes en el corazón de América para adulterar una partida de nacimiento, otros dos futbolistas paraguayos, Cabrera y Leguizamón, recurrieron al mismo truco, al mismo Martínez que se había puesto ‘el Lobo’ Diarte delante de su apellido, convirtiendo el autor de la chapuza a los tres, en hermanos de fatigas. Así llegó al Zaragoza Carlos Martínez Diarte, Lobo Diarte; Diomedes Martínez Cabrera, al Elche; y Luis Óscar Martínez Leguizamón, al Valladolid. Cuando se hizo público y llegó a oídos de Aurelio Martínez Rubalcaba, un emigrante español afincado en Asunción, negó rotundamente que los tres “hermanos” paraguayos fueran hijos suyos, como figuraba en el Registro Civil: “Nunca he tenido relaciones de ninguna clase con Diarte, Cabrera y Leguizamón, que supuestamente llevan mi apellido y figuran en sus respectivas partidas de nacimiento, como hijos míos”. Por si no fuera suficiente el engaño, en el historial de Diarte concurría, además, una circunstancia agravante que había ocultado y que también lo incapacitaba: había jugado partidos internacionales con Paraguay.
Con toda la información recabada en su poder, José María Gil-Robles ejerció la acusación particular en representación de la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, dando la batalla al fraude en los tribunales de justicia. Tras las denuncias presentadas, varios jugadores fueron juzgados por falsificación de documentos oficiales y utilización indebida de los mismos, como Miguel Ángel Adorno (Valencia) que fue condenado a siete meses de prisión menor.
“Mi empresario me aseguró que mi padre había nacido en Murcia”, dijo Rubén Valdez (Valencia), cuando tuvo que sentarse en el banquillo de la Audiencia Provincial de Madrid. “¡Si ni siquiera sé cómo es una partida de nacimiento!”, “sé que mi madre es argentina. Pero de mi padre lo ignoro todo. Se separó de ella cuando yo tenía siete años”. “No sé lo que he firmado, porque de documentaciones no sé nada…”
Eduardo Anzarda (Real Madrid), sin embargo, fue absuelto por el tribunal por “el absoluto descuido de su formación docente” al haberse volcado en el fútbol desde su infancia. Según la sentencia, “firmó una serie de documentos, cuyo texto desconocía, a personas desconocidas, para que su traspaso pudiera realizarse. Sin embargo, se descubrieron falsedades en su inscripción en el consulado de España en Rosario, como el nombre cambiado de los padres, de sus abuelos paternos y maternos, así como el nacimiento de todos ellos”. Otro jugador del Real Madrid, Roberto Martínez, fue también procesado por falsificación documental.
Harta ya de estar harta, la Real dio otra vuelta de tuerca al asunto el 15 de diciembre de 1974, al impugnar el acta de su partido contra el Real Madrid, en el Bernabéu, que había concluido con empate a un gol. En su opinión, el club blanco había incurrido en una alineación indebida, al situar sobre el campo a tres extranjeros, Netzer, Breitner y el falso “oriundo” Roberto Martínez, cuando el reglamento solo permitía dos. Medida que siguió adoptando, apoyada por el Athletic, en todos los partidos en los que intervenían jugadores acusados de fraude: Roberto Martínez y Anzarda, del Real Madrid; Valdez, del Valencia; Cos, del Barcelona; y Jacquet, del Oviedo. El diario “As” tituló en grandes caracteres: “Bombazo. La Real impugna los partidos contra equipos con oriundos”.
El acoso a la Real y al Athletic en la prensa estatal fue feroz. Sin embargo, la Federación hacía oídos sordos, situándose al margen de lo que decidían los tribunales. De hecho, Valdez y Roberto Martínez jugaban en la selección española. Sólo reaccionó cuando en un partido de clasificación para la Eurocopa, Dinamarca impugnó la alineación del jugador del Real Madrid.
El caso es que murió el caudillo y el 25 de noviembre de 1975, con motivo de la proclamación del rey Juan Carlos, se concedió un indulto general, que la Delegación Nacional de Deportes hizo extensivo a los falsificadores, y sus clubes pudieron presentar a la Federación filiaciones auténticas de los implicados; al fin y al cabo, se dijo, no se trataba de un asunto grave. Los sudamericanos podían acceder a la doble nacionalidad con veinticuatro meses de estancia en España, tiempo más que cubierto por todos ellos. Así se ponía definitivamente el punto y final al timo de los paraguayos. Y aquí paz y después gloria.
En mayo de 1976, una vez lavados los trapos sucios, la comisión designada por la Federación Española de Fútbol emitió un informe en el que reconocía que “la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao actuaron con razón sustantiva o material en el caso de los jugadores oriundos”. El informe, estudiaba los documentos relacionados con Roberto Martínez, Anzarda, Jaquet, Valdez y Cos, y finalmente, exponía sus conclusiones:
1. Existen disparidades entre la nueva documentación aportada, que sirve de apoyo a las actuales licencias federativas, con la primitiva documentación, lo cual significa que ésta contenía datos falsos.
2. De acuerdo con el artículo 20 del reglamento de jugadores, la falta de veracidad de los datos debe ser castigada con suspensión del jugador por término de un año y multa de 500 a 3.000 pesetas al club si lo consintió con conocimiento de causa.
3. Al haberse patentizado la falta de veracidad a que se refiere el mencionado artículo, cabría aplicar la correspondiente sanción. Sin embargo, como la Delegación Nacional de Deportes comunicó el 26 de noviembre de 1975 que se aplicaba indulto a las infracciones con anterioridad a dicha fecha, es imposible federativamente aplicar ahora la sanción aludida.
4. El Athletic de Bilbao y la Real Sociedad, al formular recursos y reclamaciones denunciando irregularidades sobre los jugadores a los que se refiere este informe, apoyaban sus peticiones en datos ciertos y verdaderos, por lo que tenían razón para actuar como lo hicieron.
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El Barcelona de Agustí Montal, aunque estuvo directamente implicado en el timo, también creó una comisión de abogados, integrada por Francisco Segura, Ignacio Gispert y Miquel Roca Junyent, el más joven de los tres, compañero de bufete en el Gabinete Jurídico y Económico de Narcís Serra, quien luego fuera alcalde de Barcelona y ministro socialista. Roca Junyent viajó por América y emitió otro informe al que, desde determinados medios, se atribuye una relevancia que José Ignacio Corcuera desmiente:
“Aireado por el Barcelona, incompleto y con varios errores, no fue detonante de nada. La feria de vanidades… siguió funcionando a pleno rendimiento, mientras los federativos españoles miraban hacia otro lado. El antes y el después lo marcaron dos hechos que raramente merecieron el interés azulgrana. Por un lado, la acreditación de que Rubén Valdez y Roberto Martínez, jugadores del Valencia y Español respectivamente, habían lucido la camiseta internacional incumpliendo leyes y normativas. Cuando la UEFA y la FIFA tuvieron constancia documental de la gravísima infracción, llegaron a un acuerdo vergonzoso con la RFEF para hacer borrón y cuenta nueva, advirtiendo de que un solo caso más implicaría sanción de cuatro años para todo el fútbol español. Es decir, que ni los clubes españoles podrían recibir el transfer internacional de ningún jugador procedente de territorio FIFA, ni competir en ninguno de los tres torneos internacionales del momento, léase Copa de Europa, Recopa y Copa de Ferias. Tampoco la selección nacional podría intervenir en la Eurocopa y ambas fases mundialistas, o sea la previa y la eliminatoria organizada por el país anfitrión.
Las fronteras únicamente se abrieron para solventar la situación de todos los jugadores extranjeros encuadrados ilegalmente en el fútbol español, a raíz de que la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao impugnaron todos los partidos de Liga, por alineación indebida, y amenazasen con llevar el asunto a la jurisdicción ordinaria. Ambos clubes disponían de un contundente informe jurídico a ese respecto, remitido en copia a la FIFA. Y ante la evidencia de que una sentencia condenatoria, cantada, por incumplimiento flagrante de la propia normativa futbolística, hubiera supuesto un “cornalón” de proporciones inimaginables para el máximo órgano supranacional del fútbol, se ordenó, desde Suiza, concluir con aquel disparate sin escándalos y mediante acuerdos bajo manteles.
Los dos clubes vascos fueron presionados políticamente para que abortasen su idea de litigio, con intervención directa de tres ministros. Luego, la promesa de que esa apertura fronteriza tenía como única finalidad legalizar a los jugadores que ya militaban en nuestro fútbol, fue conculcada por presión agobiante de todos los demás clubes ante instancias políticas y federativas. En suma, se concedió una amnistía a todos los falsarios, ahorrándoles el paso por la cárcel, y permitiéndoles acceder a la nacionalidad española si llevaban los dos años de residencia en nuestro país, exigidos por los acuerdos que en su día firmara el ministro de Exteriores Castiella, con casi todos los países sudamericanos.
Finalmente, concluye Corcuera, la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao se plegaron a aquel bochorno, por no dañar a todo el fútbol español. Y nunca, nadie, ni desde la política o la Federación Española, les agradeció tamaña generosidad, desconocida para una inmensa mayoría”.
*José Ignacio Corcuera es investigador e historiador, académico numerario del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE), miembro oficial en España de la International Federation of Football History and Statistics (IFFHS).
Increíble trabajo de recopilación primero y análisis después. Los «oriundos» fueron famosos cuando yo era un crio, pero no conocia estos hechos, claro. Eran los inicios de las trampas de los clubes poderosos, no les bastaba con los escandalosos arbitrajes de la época.
Bien hecho, una vez más Eduardo.