Perdón a los más sensibles y a los malpensados; pero, como vamos a ver, el título no es gratuito.
En todo el mundo se ha conocido y se conoce a los árbitros por su nombre y apellido o solo por el apellido: Pierluigi Collina (Italia), Sándor Puhl (Hungría), Horacio Elizondo (Argentina), Howard Webb (Inglaterra) y Markus Merk (Alemania) son buenos botones de muestra.
En la Liga española también fue así desde tiempo inmemorial, incluso los trencillas eran conocidos sólo por el apellido: Escartín, Melcón, Lacambra, Asensi, Plaza, Gardeazabal, Birigay, Urrestarazu, Zariquiegui, Oliva, Bueno… eso sí, con el señor por delante: arbitrará el señor Gardeazabal, del Colegio Vizcaíno.
Pero a finales de los sesenta llegó al arbitraje Ángel Franco Martínez y esto lo cambió todo. El ascenso a Primera del joven colegiado murciano dio lugar a situaciones embarazosas para el régimen. Entonces, igual que ahora, los insultos al árbitro eran habituales, pero claro, con uno que se apellidaba Franco aquello era más delicado. En los campos empezó a oírse el “¡Franco, cabrón!”, “¡Franco, hijoputa!”, “¡Franco, qué malo eres!” o el “¡Franco, vete ya!”. Además, la prensa tampoco escatimaba titulares contra el colegiado, como “Franco se carga el partido”, “Franco es muy malo” o “Todos culpan a Franco”.
Para rizar el rizo, la situación política en 1970, recién llegado Ángel Franco, era muy delicada. El 9 de diciembre había concluido el Proceso de Burgos, un juicio sumarísimo contra dieciséis miembros de ETA, visto para sentencia por un tribunal militar en consejo de guerra. Paros y manifestaciones paralizaban la vida económica y social de Euskadi en respuesta a la convocatoria de huelga general realizada por la oposición al régimen. Y solo faltaban cuatro días para el derbi liguero de aquel año.
El día 13 se jugaba la jornada 13 del campeonato de Liga con visita del Athletic a Atotxa. Y, por esas causalidades de la vida, el señor Franco, del colegio murciano, era el árbitro designado. El derbi vasco preocupaba al régimen. Y tan inquietante como que el partido se convirtiera en un acto reivindicativo, era que el público estallara en gritos contra Franco, ya fuera el árbitro o el dictador.
Días antes del encuentro, Ángel Franco fue convocado a una reunión “urgente y de máxima discreción” en el piso del canónigo de la Catedral de Murcia. La consigna era clara: Ángel Franco debía borrarse del partido simulando una lesión. Por el bien de España y para evitar males mayores.
“Me llamaron a mi casa desde el Comité y me dijeron que con discreción y en una hora debía de estar en casa del arzobispo de la Catedral de Murcia. Debía asistir a una reunión sobre el partido que tenía que pitar el domingo. Una cosa rarísima. Pensé que me iban a intentar comprar, así que me hice acompañar del presidente de mi colegio, Manolo Cerezuela. Mi sorpresa fue ver que, además del canónigo, me estaba esperando el secretario personal del ministro de la Gobernación, Tomás Garicano Goñi. Había viajado hasta Murcia para verme. Me dijo que me tenía que poner enfermo, que no podía pitar en Atocha. En esos días, el ambiente estaba muy revuelto se celebraba un Consejo de Guerra en Burgos contra miembros de ETA y, al parecer, estaba corriendo por San Sebastián un rumor que decía algo así como que ‘primero vamos a acabar con el Franco del domingo y luego con el de Madrid’”, declaró años después.
Franco, el árbitro, siguió la recomendación gubernamental y se lesionó. “¡Que iba a hacer! ¡Pues fingir una lesión! Oficialmente me lesioné en un entrenamiento, y tuvieron que mandar a otro compañero, aunque yo estaba perfectamente. No se lo pude contar ni a mi familia porque era alto secreto. Me hizo jurar que no se lo diría ni a mi mujer. Y así lo hice. Hasta el canónigo y el señor aquel que llegó desde Madrid salieron por separado de la reunión para disimular”, relató Ángel Franco.
Al día siguiente, comunicó al Comité que se había lesionado entrenando. Y lo mismo dijo a su mujer y a sus amigos. Fue sustituido por el sevillano Soto, Leonardo Soto Montesinos.
El derbi se jugó sin mayores problemas. Ganó la Real y el Generalísimo descansó.
Ficha del partido
El Otro Franco, Francisco, leía todo lo relacionado con el fútbol pues era un fanático del balompié, y no le gustaba nada lo que veía… y si lo oía, le hacía crack en el oído. El aparato censor del Gobierno instó a los estamentos arbitrales y a los medios de comunicación a que se mencionase siempre a los árbitros con los dos apellidos. Sin excepción. En todo caso, lo hiciera bien o mal, Franco, el árbitro, tenía que ser Franco Martínez. Una costumbre que se mantiene a día de hoy en la Liga española.
Mateu Lahoz, Alberola Rojas, Martínez Munuera, Gil Manzano, Hernández Hernández, Munuera Montero, Melero López, Del Cerro Grande, Soto Grado, Muñiz Ruiz o De Burgos Bengoetxea, han dado el relevo a los Undiano Mallenco, Teixeira Vitienes, Díaz Vega, Brito Arceo o Iturralde González y estos, a su vez, a los célebres Andújar Oliver, Ramos Marcos y Guruceta Muro.
Ángel Franco siguió pitando, pero ya lo hizo como Franco Martínez. 17 años en Primera División y 13 como internacional. Su paso por el Mundial de Argentina, en 1978, le consagró como uno de los mejores colegiados de la historia del arbitraje español. Fue segundo en el ranking FIFA. Sin embargo, siguió vetado para las finales de Copa hasta que murió el caudillo. Con el dictador en el palco, no se quería correr ningún riesgo. Y cuando dirigía partidos internacionales, todos le llamaban Martínez.
Han cambiado las reglas del fuera de juego, de las manos, de la cesión al portero, incluso el color de la vestimenta, pero esta norma no escrita permanece inalterable.